Estoy re-leyendo "Instrucciones para vivir en México"
de la colección Obras de Jorge Ibargüengoitia editorial Joaquín Mórtiz, tercera reimpresion Julio de 1992. Es de mi hermano R, el que yo leí hace muuuucho tiempo era el mío (que no sé dónde está) y es una edición mucho más antigüa.
De ahí,
uno de los artículos que leí hoy. A pesar de que se escribió hace más de casi
cuarenta años, aún aplica....
Texto tomado de este sitio.
De Jorge Ibarüengoitia para el periódico Excelsior (27-9-74
).
LISTA DE COMPOSTURAS
Examen de conciencia patriótica
Con motivo de salir de México a pasar una temporada, se me
ocurre hacer un examen de conciencia con el objeto de determinar qué es lo que
más me irrita de este país, cuyo nombre anda en boca de tanta gente demagógica
y que sin embargo es mi patria, primera, única y final. La verdad es que
mientras más enojado estoy con este país y más lejos viajo, más mexicano me
siento.
En primer lugar debo admitir que geográficamente hablando,
México no tiene peros. Hay de todo. Hay precipicios, llanuras, montañas,
desiertos, bosques, ríos que se desbordan, playas, etcétera. Todo esto cobijado
por un clima relativamente benigno. Sobre todo, hay dónde escoger. Si no le
gusta a uno el calor, se va al frío. Si no le gusta a uno la montaña, se va al
llano.
Nomás que tiene defectos. El principal de ellos es el estar
poblado por mexicanos, mucho de los cuales son acomplejados, metiches,
avorazados, desconsiderados e intolerantes. Ah, y muy habladores.
A la mayor parte de estas características, que son
responsables, en parte, de que estemos como estamos, ya no les veo compostura
ni a corto ni a mediano plazo.
El mexicano es acomplejado. Este rasgo no tiene nada de
inexplicable. Raro sería que no lo fuera. Una buena parte de los mexicanos vive
del favor gubernamental, que es como vivir en el seno materno, que no es el
lugar propicio para desarrollarse cuando tiene uno cuarenta años. Otro grupo,
más numeroso, está frustrado por su ocupación: el que aprendió a hacer mecate
de lechuguilla tiene que hacerla de peón de albañil; el que era bueno para la
yunta, vende chiles; el que sabe hacer campechanas, maneja un taxi, y todos,
absolutamente todos, sabe que el único que prospera es el que tiene dinero que
es algo de lo que ellos carecen, y que por consiguiente están condenados a
pasar la vida nadando y estirando el pescuezo para no ahogarse.
Por si fuera poco, el mexicano es por lo común chaparrito,
gordo y prieto, o en su defecto, chaparrita, gorda y prieta, y se pasa la vida
entre anuncios donde aparecen rubios, blancos y largos, que corren por la
playa, manejan coches deportivos y beben cerveza. ¿No es para estar
acomplejado?
El mexicano, como todos los pueblos educados bajo una ética
rigurosa –hoy caída en desuso-, está convencido de que el mundo está lleno de
buenos y malos. Los buenos somos nosotros y los malos los demás. El siguiente
paso del razonamiento consiste en suponer que todo lo que viene de fuera puede
infectarnos, o, lo que es más serio en términos mexicanos, denigrarnos. Así han
nacido varios instrumentos legales profilácticos de censura, cuya función puede
ser anticonstitucional, pero brota de lo más profundo del alma mexicana, que de
por sí quiere meterse en lo que no le importa y borrar lo que le molesta.
El mexicano es avorazado. ¿Por qué? Probablemente por hambre
atrasada. La mayoría de los mexicanos han visto tiempos peores, y la mayoría,
también, espera ver tiempos todavía peores que los pasados. Esto hace que un
policía parado en una esquina jugosa sea detestado por todos los automovilistas
que pasan, y al mismo tiempo, envidiado por muchos.
Además de hambre atrasada, el mexicano tiene muchas burlas a
cuestas. Sabe que vive en un mundo infantil, en el que el que no llora no mama.
Esto lo hace forzar la entrada en la vida. Avorazado no sólo de dinero, sino de
posición, finge que no ve la cola y se mete directo a la taquilla, da la vuelta
donde le conviene y causa un conflicto de tránsito; si es político, da un golpe
cada vez que puede, en venganza de todas las vejaciones que le hicieron antes y
preparación de los desastres que puedan venir.
Avorazados son todos, no nomás los comerciantes que suben
los precios por si suben los sueldos. Si es pesero, se empeña en cargar siete
pasajeros, y si es peatón se empeña a subirse en un camión en el que no cabe
–por si ya no pasa otro nunca jamás.
Además de avorazados los mexicanos son quejumbrosos, y peor,
están satisfechos. “Ni modo”, dicen, “así nacimos”. Lo cual es mentira. Todos
los defectos que he señalado podrán corregirse si no hubiera aquí “fuerzas
oscuras” tratando de fomentarlos.
En: Jorge Ibargüengoitia, Instrucciones para vivir en
México, Booket, México, 1990. pp. 61-63.
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