jueves, febrero 28, 2013

You're a beautiful, A beautiful fucked up man...

Del "Surfacing" de 1997, Sarah McLachlan con "Building a Mystery":


Muy buena canción. 

Sigo con la lectura de las instrucciones para vivir en México de Jorge Ibargüengoitia, de ahí el siguiente artículo escrito para el Excelsior para aparecer el día 2 de Setiembre de 1969, tomado de este sitio:


POBRES PERO SOLEMNES

Lesa majestad


Una de nuestras características más notables y la que nos hace distinguirnos del resto del mundo conocido es que, a pesar del aumento desorbitado de la población, de lo bajo de los salarios de la mayoría de los mexicanos, de lo atrasado de la agricultura, de la aridez del terreno, de lo raquítico de la industria y de las inundaciones, nos arreglamos para vivir como reyes. Digo vivir como reyes, no en el sentido de pasarla estupendamente, sino en el de que cada hogar mexicano, por humilde que sea, cada oficina, por rascuache que nos parezca, cada organización, por mucho que carezca de importancia, tiene una constitución que es copia exacta de la corte de los faraones.

En cualquier organismo mexicano que examinemos, encontraremos una persona que funge como rey y que ejerce poder ilimitado (dentro de sus posibilidades) por derecho divino; un administrador incompetente, y uno o muchos esclavos.

Para sustentar lo que acabo de decir, voy a poner dos ejemplos que me parecen dignos de estudio.

Primer ejemplo.

 Voy a un balneario de aguas termales que queda en medio de un desierto, a veinte minutos en automóvil de lo que podríamos llamar "la civilización". Llego en coche de alquiler, despido al coche, compro los boletos, que me vende el administrador incompetente: no me dice que la alberca está vacía. No precisamente vacía, sino llena de niños horribles, controlados a gritos por sus respectivas madres. ¿Qué hacer? Yo mismo me he cortado la retirada despidiendo al coche de alquiler. Tengo que esperar hora y media a que venga el camión que hace el servicio regular. Hago de tripas corazón, me pongo en traje de baño y me acuesto en el pasto a tomar el sol, teniendo cuidado de no picarme con las espinas de mezquite que allí abundan. Pasa un rato. Se me ocurre una idea genial: voy a tomarme un Tom Collins. Voy al bar y se lo pido al cantinero, que está leyendo una revista de monitos.

Es el rey.

Al oír mi voz, suspende el trabajo intelectual al que está entregado, me mira majestuosamente y me dice: 
—No tengo hielo. Nomás que venga el "muchacho", lo mando por hielo y le preparo su Tom Collins.

Había que ir por el hielo a un lugar que queda a doscientos metros. Regreso al pasto a tomar el sol. Pasa media hora. De pronto, veo algo que me llena de esperanzas. El esclavo, empujando una carretilla con un pedazo de hielo. Pasan diez minutos. Comprendo que al rey ya se le olvidó que yo quiero un Tom Collins. 

Voy al bar y le pregunto qué pasó. Él vuelve a dejar su lectura y me dice:
—No tengo ginebra. Hago una rabieta y le pido otra cosa. —Ahora se la llevo —me promete.

Vuelta al pasto y al sol. Pasan diez minutos. Vuelta al bar. El cantinero sigue leyendo. Al verme de regreso y al borde de la apoplejía, se da una palmada en la frente y me pregunta:

— ¿Qué fue lo que me pidió?

Caray, a mí esto me parece precioso. ¡Un país tan árido, un pueblo tan pobre, una cantina tan furris y todo manejado con tanto desparpajo!

Segundo ejemplo.

Alguien comete la torpeza de mandarme un documento importante por correo aéreo, certificado, special delivery.

 Al mismo tiempo de hacer el envío me manda una carta, por correo aéreo ordinario, en la que me avisa que está haciendo el envío. La carta llega en dos días.

 Nada de documento. Pasan otros dos días. Nada de documento. El tercer día es domingo, día en que no trabaja el cartero, que en este caso es el esclavo. El lunes, el esclavo hace san lunes. El martes voy a la administración de correos. Me atiende un empleado con camisa amarilla bordada, dientes de oro y cabello ensortijado, y lleno de vaselina. Es el administrador incompetente. Se niega a creer que yo soy yo, que alguien me ha mandado un documento, y que mi dirección existe. A fuerza de insistir, logro que saque una lista de registrados. Allí aparece un envío consignado a mi nombre.

—Nomás que no se lo puedo entregar, porque ya se lo llevó el cartero.

Regreso a mi casa a esperar al cartero. Cuando el cartero llega, no me trae más que uno de estos anuncios que se tiran directamente a la basura. Vuelta al correo. Esta vez entro directo en la oficina del jefe, que es el rey. Me recibe como Moctezuma ha de haber recibido a Cortés. Temblando pero majestuosamente. Le explico el problema. Él manda llamar al administrador incompetente.—Atienda al señor —le ordena el rey. 

Ahora el administrador incompetente es una seda.—¿Cuándo dice usted que salió el envío? —me pregunta, pelando los dientes de oro. Cinco minutos después, tenía yo el documento en mis manos. Me dio tanto gusto que no me detuve a preguntarles qué habían entendido por special deliveryProbablemente top secret.

Pero lo que me interesa subrayar es la dignidad y la compostura con que el mexicano mete la pata. 

(2-9-69).


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